ANALISIS
SIMÓN BOLÍVAR
Nació en el seno de una familia acaudalada; creció al amparo de sus queridas esclavas y estudió a los exponentes de la Ilustración. Esos detalles sumados al hecho de que vivió de espaldas a la fútil aristocracia propiciaron la simbiosis para que siendo un mantuano (el grupo de criollos poderosos) se decantara por las ideas libertarias. Y como epílogo tuvo en su maestro Simón Rodríguez al radical revolucionario que le inoculó la llama de la Independencia. Sintió una profunda admiración por Napoleón Bonaparte, de quien aprendió que un buen orador podía conquistar el mundo: el que sabe comunicarse tiene el poder. Y así fue que convenció a los criollos de que la causa libertaria era la solución para que no tuvieran que pagar más impuestos a la corona. Ya Andrés Bello, otro enamorado de la independencia, le había dicho cuando fue su maestro, lo importante que era hablar correctamente. Las disyuntivas atraviesan la existencia del libertador: vivió como un auténtico sibarita cuando viajó a Europa, pero llevó una vida austera cuando las campañas libertarias así lo exigieron; rechazó el dominio español, pero se enamoró profundamente de la española María Teresa del Toro, la única mujer con la que se casó. Luego de que ella muriera (de fiebre amarilla, en Caracas) prometió no volver a casarse, cumpliendo cabalmente dicho voto pero entregándose libremente a la pasión de amores efímeros: Fanny, Isabel, Josefina (Pepita), Anita, Bernardina... Efímeros hasta que conoció a Manuela, La Sáenz, su “amable loca”. Si bien Bolívar continuó con sus deslices amatorios, Manuela fue su leal y ubicua amante. Así se desdoblaba Bolívar, pero siempre movido por una pasión, porque no era un ser maleable. Alexander Von Humboldt, a quien Bolívar conoció en Europa, le mostró la América que él desconocía. “Señor Bolívar, usted conoce más territorios de ultramar (Europa) que los propios llanos venezolanos”, le reprochó. Como humanista, astrónomo, naturalista y explorador, Humboldt veía a América con ojos de encantamiento. Y Bolívar dijo de él en una suerte de frase proverbial: Humboldt ha visto en tres años en América más de lo que han visto los españoles en tres siglos juntos. También se le atribuye a Bolívar el sentido de justicia; de ahí que decidiera promulgar constituciones cada vez que tuvo el poder. “Donde está Bolívar está la República”, manifiesta el escritor William Ospina al analizar su legado. El eurocentrismo caricaturizó su figura sin entender que en América hasta la naturaleza conspiraba para constituir la gran nación que él deseaba. “Las fronteras naturales, formadas por la cordillera de los Andes y la selva amazónica, eran ya de por sí un gran escollo para la creación de la gran nación”, plasma el escritor colombiano en su libro En busca de Bolívar. En Los Retratos de Bolívar lo describen como criollo. “En su rostro no se percibían características del negro ni del indio. Tenía un color de piel frecuentemente hallado entre los meridionales. Blanco, ligeramente dorado y quemado por la intemperie tropical”. “El general es todo menudo y nervioso. Tiene la voz delgada pero vibrante. Y se mueve de un lado a otro, con la cabeza siempre alzada y alertas las orejas. Su aspecto exterior predispone en su contra. Todo él es flaco y desmedrado. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidados con esmero; las patillas y bigotes rubios”. “Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando estaba irritado. Bolívar tenía siempre buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie”. Así lo describen en líneas generales el militar José Antonio Páez, el político irlandés Daniel Florencio O’Leary y el historiador José Rafael Sañudo. Bolívar medía físicamente 1,68 metros; sin embargo, a juicio de muchos historiadores, era grande, humano y endiabladamente persistente. El estrés de las batallas y los dilemas políticos no permitieron que Bolívar posara para un pintor. El investigador Óscar Padua dice sobre la reconstrucción de su rostro, tarea encomendada por el extinto Hugo Chávez, mediando exhumación de sus restos, que la pretensión era anular la imagen más genuina del Libertador realizada por el pintor limeño José Gil Castro. El mismo Bolívar acreditó la fidelidad del retrato: “fue hecho con la más grande exactitud y semejanza”. Nació un día como hoy, 24 de julio (1783), en Caracas y murió el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta (Colombia). La libertad de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia reposa sobre sus fatigas. Fatigas que estuvieron acompañadas de pobreza, persecución, amebiasis tuberculosis y vanidad. “Oh, mi gloria”, se lamentó cuando fue desterrado por segunda vez.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/10/simon-bolivar-venezuela-nacimiento-libertador
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Nació en el seno de una familia acaudalada; creció al amparo de sus queridas esclavas y estudió a los exponentes de la Ilustración. Esos detalles sumados al hecho de que vivió de espaldas a la fútil aristocracia propiciaron la simbiosis para que siendo un mantuano (el grupo de criollos poderosos) se decantara por las ideas libertarias. Y como epílogo tuvo en su maestro Simón Rodríguez al radical revolucionario que le inoculó la llama de la Independencia. Sintió una profunda admiración por Napoleón Bonaparte, de quien aprendió que un buen orador podía conquistar el mundo: el que sabe comunicarse tiene el poder. Y así fue que convenció a los criollos de que la causa libertaria era la solución para que no tuvieran que pagar más impuestos a la corona. Ya Andrés Bello, otro enamorado de la independencia, le había dicho cuando fue su maestro, lo importante que era hablar correctamente. Las disyuntivas atraviesan la existencia del libertador: vivió como un auténtico sibarita cuando viajó a Europa, pero llevó una vida austera cuando las campañas libertarias así lo exigieron; rechazó el dominio español, pero se enamoró profundamente de la española María Teresa del Toro, la única mujer con la que se casó. Luego de que ella muriera (de fiebre amarilla, en Caracas) prometió no volver a casarse, cumpliendo cabalmente dicho voto pero entregándose libremente a la pasión de amores efímeros: Fanny, Isabel, Josefina (Pepita), Anita, Bernardina... Efímeros hasta que conoció a Manuela, La Sáenz, su “amable loca”. Si bien Bolívar continuó con sus deslices amatorios, Manuela fue su leal y ubicua amante. Así se desdoblaba Bolívar, pero siempre movido por una pasión, porque no era un ser maleable. Alexander Von Humboldt, a quien Bolívar conoció en Europa, le mostró la América que él desconocía. “Señor Bolívar, usted conoce más territorios de ultramar (Europa) que los propios llanos venezolanos”, le reprochó. Como humanista, astrónomo, naturalista y explorador, Humboldt veía a América con ojos de encantamiento. Y Bolívar dijo de él en una suerte de frase proverbial: Humboldt ha visto en tres años en América más de lo que han visto los españoles en tres siglos juntos. También se le atribuye a Bolívar el sentido de justicia; de ahí que decidiera promulgar constituciones cada vez que tuvo el poder. “Donde está Bolívar está la República”, manifiesta el escritor William Ospina al analizar su legado. El eurocentrismo caricaturizó su figura sin entender que en América hasta la naturaleza conspiraba para constituir la gran nación que él deseaba. “Las fronteras naturales, formadas por la cordillera de los Andes y la selva amazónica, eran ya de por sí un gran escollo para la creación de la gran nación”, plasma el escritor colombiano en su libro En busca de Bolívar. En Los Retratos de Bolívar lo describen como criollo. “En su rostro no se percibían características del negro ni del indio. Tenía un color de piel frecuentemente hallado entre los meridionales. Blanco, ligeramente dorado y quemado por la intemperie tropical”. “El general es todo menudo y nervioso. Tiene la voz delgada pero vibrante. Y se mueve de un lado a otro, con la cabeza siempre alzada y alertas las orejas. Su aspecto exterior predispone en su contra. Todo él es flaco y desmedrado. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidados con esmero; las patillas y bigotes rubios”. “Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando estaba irritado. Bolívar tenía siempre buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie”. Así lo describen en líneas generales el militar José Antonio Páez, el político irlandés Daniel Florencio O’Leary y el historiador José Rafael Sañudo. Bolívar medía físicamente 1,68 metros; sin embargo, a juicio de muchos historiadores, era grande, humano y endiabladamente persistente. El estrés de las batallas y los dilemas políticos no permitieron que Bolívar posara para un pintor. El investigador Óscar Padua dice sobre la reconstrucción de su rostro, tarea encomendada por el extinto Hugo Chávez, mediando exhumación de sus restos, que la pretensión era anular la imagen más genuina del Libertador realizada por el pintor limeño José Gil Castro. El mismo Bolívar acreditó la fidelidad del retrato: “fue hecho con la más grande exactitud y semejanza”. Nació un día como hoy, 24 de julio (1783), en Caracas y murió el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta (Colombia). La libertad de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia reposa sobre sus fatigas. Fatigas que estuvieron acompañadas de pobreza, persecución, amebiasis tuberculosis y vanidad. “Oh, mi gloria”, se lamentó cuando fue desterrado por segunda vez.
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